Ángel Arribas desde España.
Querida Sociedad,
Te escribo hoy con el corazón sin dobleces y las manos
extendidas, no como un político que busca soluciones estratégicas, ni como un
filósofo que intenta desentrañar verdades absolutas, sino como un ser humano
que, como tú, anhela vivir en un mundo donde reine la paz. Una paz que no es
solo la ausencia de guerra, sino la presencia constante de entendimiento,
empatía y amor.
Cuando miro a mi alrededor, veo un mundo lleno de
contrastes: familias que se abrazan bajo el mismo techo, pero también corazones
que se alejan por palabras no dichas; comunidades que luchan juntas por un
futuro mejor, pero también sociedades divididas por prejuicios y odios
ancestrales; naciones que firman tratados, pero también fronteras marcadas por
el dolor y la desconfianza. ¿Dónde está la paz en todo esto? ¿Dónde está el
equilibrio que tanto necesitamos?
Quiero creer que la paz comienza en lo pequeño, en lo
cotidiano. En ese gesto de perdonar una ofensa sin esperar nada a cambio. En
esa conversación sincera con un ser querido que lleva tiempo distante. En ese
acto de escuchar sin juzgar, de entender antes de responder. La paz no es un
destino al que llegaremos en algún momento, sino un camino que construimos cada
día, paso a paso, decisión a decisión.
En el ámbito familiar, la paz puede ser tan simple como
sentarse a la mesa y compartir una comida sin teléfonos ni distracciones,
mirándose a los ojos y reconociendo que, aunque diferentes, todos somos parte
del mismo núcleo. En el ámbito social, la paz puede manifestarse cuando elegimos
tender puentes en lugar de levantar muros, cuando nos atrevemos a ver al otro
no como un extraño, sino como un reflejo de nosotros mismos. Y en el ámbito
político, la paz surge cuando los líderes priorizan el bienestar colectivo
sobre intereses personales, cuando entienden que su poder no es para dominar,
sino para servir.
Pero, ¿cómo lograrlo? Tal vez la respuesta esté en algo
tan sencillo como el silencio. El silencio para escuchar al otro, para
reflexionar sobre nuestras acciones, para conectar con esa chispa de bondad que
todos llevamos dentro. La paz no exige grandes discursos ni gestas heroicas; a
veces, solo necesita una sonrisa, una mano tendida, un "te entiendo"
susurrado desde el alma.
Por eso, hoy te invito a buscar la paz en tu vida, en tu
hogar, en tu comunidad, en tu corazón. No importa cuán grande o pequeño sea tu
gesto, porque cada acto de paz es una semilla que, plantada con amor, puede
florecer en un jardín de armonía. Juntos podemos transformar este mundo, no con
armas ni gritos, sino con compasión y esperanza.
Que esta carta sea un recordatorio de que, aunque el
camino hacia la paz sea largo y a veces difícil, vale la pena recorrerlo.
Porque al final, la paz no es solo un sueño lejano; es una elección diaria que
todos podemos hacer.
Con cariño y esperanza,
Ángel Arribas, un amigo que cree en la PAZ.
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